El fútbol es una pasión. No queda duda de que, al ser el deporte más popular del mundo,
involucra a personas de todo género, edad y estrato social: mujeres, hombres, chicos,
grandes, ricos y pobres forman parte de esta gran esfera deportiva.
El fútbol, como casi todo ámbito de la sociedad, está poblado de luces y sombras. Por lo
tanto, se nos presenta como una isla del fenómeno de la violencia en que vive el mundo
en su conjunto. Hoy en día, genera una atracción no sólo para el que lo practica sino
también para el que lo observa.
Tan masificado está el fútbol que su práctica no es patrimonio de un sexo o clase social
determinada. Hasta el mismísimo Che Guevara, leía las crónicas deportivas para
informarse sobre los campeonatos profesionales de fútbol y como decía su padre
recordando una anécdota: “Estando en el Sierras Hotel de Alta Gracia, cuando mis hijos
Roberto y Ernesto todavía eran niños (ocho y once años) un íntimo amigo mío a modo
de broma le preguntó: -¿a que no saben los nombres de los jugadores de Boca?-. Cual
no sería sorpresa de mi amigo cuando los dos al unísono le fueran dando a toda
velocidad los nombres de los once jugadores. Las personas allí presentes se reían a
carcajadas al comprobar la rapidez con que habían contestado la pregunta; pero lo que
no sabían los que escuchaban es que además podían dar de memoria los nombres de los
jugadores de River, de Racing, de Tigre y de la mayoría de los cuadros de primera
división. Y es que realmente el fútbol los apasionaba”.3
Podríamos decir entonces que el fútbol es la práctica cultural dominante de finales del
siglo XX y comienzos del siglo XXI.
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